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sábado, 7 de julio de 2007

El baile que enamora

He ido a muchas huapangueadas y no dejo de poner atención a que esto pase, es como dijera el catedrático hidalguense don Jesús Ángeles Contreras, un simbolismo tierno y delicado, pasa entre los jóvenes más que nada, pero no están exentos los adultos y los ancianos, quizá también en los niños. Hablo del momento en que el varón invita a la dama, que su corazón pretende, a bailar, como en toda invitación de baile, él le ofrece su mano o simplemente le hace una amble seña para ser su pareja de baile, ya en la tarima el varón que quiere enamorar no es precisamente el que canta, trova o dice versos (como otros huapangueros que enamoran), el varon sólo necesita bailar y convencer con la mirada, la dama mientras tanto da varios giros en una sutil huida, va esquivando a su pareja de baile, pero el varón la sigue, todo con delicadeza, da los mismos pasos, arrastra los pies y zapatea con ella, el varón trata de no rozar ni el cuerpo de la bella mujer ni sus pies -y ay de aquel que por error la pise o la empuje, porque quizá ella no perdonaría-. Ante todo lo anterior, la mujer que corresponde a su bailador parece encender más su belleza, no basta que se haya arreglado antes de llegar a la huapangueada pues la alegría del baile y este cortejo la hacen ser más bella, la mirada y la sonrisa de la mujer huasteca es como el canto de las sirenas; en el momento en que el varón bailador la mira, la sigue, la convence, la dama conecta su mirada con la de él, sonrie, el baile empieza por tener una armonía entre los dos, dan los mismos pasos, zapatean con la misma intensidad, después de eso ya todo está permitido, a mayor atrevimiento la nariz de ambos se roza y al final del huapango, con sus rostros tan juntitos, pueden terminar en un beso.

Sé que muchas parejas se enamoran bailando, pero nada se compara con lo que aquí les describo.










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